La censura está en todas partes

Hacia 1995, en pleno auge del neoliberalismo menemista, se produce una explosión de la producción documental independiente con un importantísimo aporte de la realización desde los ¨márgenes¨ del sistema económico regenteado por el poder político.

Si bien la bibliografía existente menciona como referencia central de esta etapa exclusivamente a los grupos político-institucionales o corporativo-gremiales , la producción documental independiente, entendiendo ésta como la realizada por fuera de los organismos estatales o aparatos partidarios del sistema político, se extiende cualitativamente más allá. Solamente entre 1995 y 2003 se produjeron más de ochocientos documentales, en fílmico o video a lo largo de todo el país contra menos de veinte producciones de esos grupos que, hacia fines de 2001, se organizaron en una Asociación de Documentalistas con el objeto de obtener créditos y subsidios estatales por vía del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.

Estos enclaves parecen ser, según los trabajos disponibles, si no los únicos, los más activos en la producción documental de la etapa. Sin embargo, un ejemplo de la importancia relativa de la producción independiente frente a la de los aparatos políticos es que solamente en las ediciones del Festival Nacional de Cine y Video Documental desde 1997 a 2003 se presentaron más de seiscientos documentales cuyos autores no guardaban ninguna relación con esos grupos.

Esta situación podría tener una explicación en el hecho que los intelectuales que han escrito sobre este periodo en todos los casos pertenecen al mismo ámbito académico o ideológico que los referidos grupos, y es lógico entonces, sin necesidad de otorgarles intensiones censuradoras, que hayan focalizado el interés de sus trabajos de investigación y divulgación en la realidad ideológica en la que están inmersos .

Este es el caso -aunque no el único- de Gabriela Bustos, a quién obviamente no censuramos ya que publicamos su trabajo, pero frente a la cuál nos permitimos el derecho de disentir contructivamente. Estamos de acuerdo cuando dice que ¨los documentalistas de intervención política no sólo denuncian la desigualdad, la desocupación, la desinformación, la represión. En el mismo registro testimonian y documentan: las luchas, las resistencias y el derecho a una vida digna y justa, e inscriben los derechos humanos en una búsqueda cotidiana concreta de construcción social, económica y política que asegure en la práctica el pan, el trabajo, la cultura, la educación, la salud, la justicia y la libertad¨. Pero no sólo esos documentalistas realizan esa tarea. Muchos otros que no se reivindican a sí mismos o no se los caracteriza desde afuera como tales, aportan a esa tarea. Podemos agregar aún más. Los documentales independientes, casi por definición, son de intervención política, ya que la enorme mayoría de ellos cuestionan, discuten, reflexionan sobre las condiciones sociales, económicas, políticas o culturales en que están inmersos. Es más, toda actividad productiva en la comunicación y la cultura es una intervención política. No es necesario agruparse en un ¨colectivo¨, ponerse un nombre alusivo y generar presencia mediática, aunque sea alternativa, para ser considerado un protagonista fundamental de ¨las luchas, las resistencias y el derecho a una vida digna y justa¨. Por suerte, en este país el noventa por ciento de los documentalistas se inscribiría en esa catergoría, si no fuera porque desconfía de las aparateadas de aquéllos que se arrogan el derecho de convertirse en ejemplo para los demás.

Aclaremos de paso que no dudamos ni un ápice de la honestidad de la autora. Estamos seguros que su texto está basado en una seria y conciensuda investigación, cosa que nos consta porque fuimos entrevistados por ella para su trabajo.

Sin embargo, no puede decirse lo mismo de los textos surgidos desde el interior de estos grupos donde parece haber una clarísima actitud de censura. En el sitio oficial de Doca, que es una reedición de Adoc y con más o menos los mismos objetivos, hay una historia del cine documental argentino, cuyo autor -Claudio Remedi- oculta, deliberadamente, la mayor parte de la producción documental de nuestro país. No puede pensarse otra razón que no sea la de ejercer censura si se tiene en cuenta que, por ejemplo, no aparece mencionado ni de pasada el Festival Nacional de Cine y Video Documental que se realiza de manera interrumpida desde 1997 y en el que participaron más de ochocientos documentales. Dicha elipsis podría deberse al desconocimiento, lo cuál ya sería grave, pero el argumento se cae con sólo recordar que el autor participó él mismo de la Muestra Competitiva de la primera edición del festival con su documental Fantasmas en la Patagonia.

Pero no es éste el único olvido en esa historia. No existen, por ejemplo, documentales como Las Palmas Chaco, de Alejandro Fernández Moujan, Darsena Sur, de Pablo Reyero, ni siquiera Sol de Noche, de Pablo Milstein y Javier Rubel, aunque sea como mínima muestrra de respeto hacia su protagonista Olga Aredez, Madre de Plaza de Mayo, fallecida hace poco. Tampoco aparecen documentales políticos –género que parece ser el de su preferencia-, que no pertenezcan a un realizador o alguno de los grupos de su entorno institucional, así no están Los Perros, de Adrián Jaime, o Errepe, de Gabriel Corvi, o la mismísima Trelew, de Mariana Arruti. No existen documentales sobre empresas recuperadas, salvo los hechos por ellos mismos. Así, no figuran Impa, de Carlos Mamud, o Laburantes, de Carlos Mamud, Patricia Digilio y Nora Gilges, Historias recuperadas, de Alejandro Barrientos, Abierto por quiebra, de Carlos Castro, o ….de Damián Parisotto. No figuran documentales sociales emblemáticos como Pochormiga, de Francisco Mattiozzi, o Piqueteras, de Verónica Mastrosimone y Malena Bystrowicz o el Tren Blanco, de.

Obviamente, no aparecen Tierra y asfalto, de Miguel Mirra, o Compañeras reinas, de Fernado Alvarez, o Santiagueños, de Jorge Falcone, pero tampoco son dignas de ser mencionadas allí obras como Hundan el Belgrano o Cordobazo, de Federico Urioste, Sed, de …., y La noche eterna, de Marcelo Céspedes, o las series documentales En la vía o Culturas en contacto. Tampoco se mencionan documentales ineludibles relacionados con los Derechos Humanos, como Casa tomada, de María Pilotti, , o Che vo cachai, de , o la Voz de los pañuelos, de …

Pero no sólo se escamotean las producciones de realizadoresa individuales, también se esconde la producción documental política y social de grupos que no integran su círculo asociativo, como el Grupo Primero de Mayo, autores de Matanza, o la del Grupo Alavío, cuando se trata de su tarea de realizar infinidad de crónicas e informes sociales. En el interior, por ejemplo, no existe la Asociación Realizadores Independientes de la Patagonia, tampoco el Grupo Wayruro, de Jujuy, o La Conjura, de Rosario, y en el Gran Buenos Aires no se menciona siquiera la existencia de los grupos de video documental y televisión comunitaria, como los de los MTD de Claypole o La Matanza.

En lo histórico, no se hace referencia alguna a la valiosísima experiencia de exibición organizada que fue la Muestra de Cine y Video Documental Antropológico y Social coordinada por Cristina Argota, desde 1992, con ediciones en casi todas las provincias. Tampoco se dice nada de las secciones documentales del Festival de Video de Rosario o del Derhumalc. No se menciona el Festival de Cine y Video Documental del Mercosur, organizado por la Escuela de Avellaneda y mucho menos la realización en Buenos Aires del Festival Internacional Tres Continentes del Documental, en 2002 y 2006 . Por supuesto, no se menciona tampoco el único sitio web dedicado al tema documental, como es www.documentalistas.org.ar o la publicación de libros sobre documental, tales como El documental en movimiento o Tomar la palabra. El colmo de la negación de los otros se produce cuando el autor decide omitir la existencia del Foro Latinoamericano del Documental y la Ccomunicación que se realiza en Buenos Aires desde hace cuatro años y donde él mismo presentó y expuso en su última edición una ponencia de su autoría sin restricción alguna.

Podría esgrimirse que, dada la extensión del trabajo, el autor no hubiese podido citarlo todo. Pero, curiosamente, para toda la época comprendida entre 1995 y 2007, de los treinta documentales que menciona, veintiocho pertenecen a miembros de su asociación, y cinco de ellos a su propia autoría. El resto, más de setecientos, no existe. A lo largo del documento el autor menciona tres veces a Pino Solanas, una vez a Gerardo Vallejo y cinco veces a…Claudio Remedi.
Y esto no es un dicen que dicen, un escuché que, hay quién opina que. No. No es un dimes y diretes de comentarios viajeros. El documento de referencia está publicado en Internet y es una irrefutable fuente de información: a confesión de parte, relevo de prueba.

Entonces, las preguntas son:

Qué clase de historia es ésta que gira sobre su propio ombligo, qué respeto y confiabilidad pueden tener quiénes ocultan y censuran y por añadidura quiénes publican textos con tal descarada censura hacia sus pares.

La realidad presente de los documentales y de los Derechos Humanos, requiere de otras metodologías y otras prácticas que nos alejen del pequeño miserable mundo de los burócratas y nos ayuden a construir entre todos un mundo donde quepan todos los mundos posibles.

Sin exclusiones, sin censura. Porque la censura y la negación de los otros tal vez no sea fascismo, pero se le parece mucho.

Miguel Mirra
Movimiento de Documentalistas











































































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